Hace mucho tiempo leí: CUANDO EL GENERAL SE LLAMA GUERRERO Y EL VETERINARIO SE APELLIDA TORO, de Gossain.
Hace una “investigación exhaustiva” sobre la relación que existe entre los nombres y los oficios de las personas y da muchos ejemplos graciosos unos, curiosos otros.
Recuerda a Jaime Guerrero Paz, quien fue general de la República y Comandante de las Fuerzas Armadas de Colombia.
También menciona a un señor de apellido Hastamorir.
En la Fábrica General José María Córdoba, en Soacha, Cundinamarca, conocí dos casos curiosos, aun cuando ninguno tenía relación con su empleo o profesión.
Allí laboró Nicéforo Hastamorir Vela.
También, al ingeniero industrial Armando Niño, jefe de Control de Calidad. A su oficina nos referíamos unas veces como pediatría y otras como ortopedia: Armando Niño.
Punto aparte.
En la misma fábrica, trabajaba Alejandro Velasco: el náufrago que pasó diez días en el mar, sin agua y sin comida. Gabo le pidió que le relatara toda su odisea y Velasco se la contó, con pelos y señales.
Cuando el RELATO DE UN NAUFRAGO fue publicado, Alejandro le solicitó a García Márquez le diera una parte de las utilidades, pero nunca recibió un solo centavo del amplio y caritativo Premio Nobel.
Saulo
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