Una tarde paseando por la playa, encontramos a mi amigo el pescador y mi mamá le pidió que posara conmigo para una foto. "No mami", le dije en todos los tonos, casi le supliqué, pero ella insistió y tuve que ceder.
No rompí la foto, pero tampoco le encontré espacio en el albúm. Es una foto vergonzosa; usted qué opina amigo lector? Mire bien, observe el detalle. Haber le ayudo; yo joven, bien vestida, soñadora y el pescador sin zapatos.
De joven fui frívola, tonta con un concepto equivocado de la vida, pero el día que escuché la parábola del hombre que se preocupaba por no tener zapatos hasta que pasó a su lado un hombre que no tenía pies. Sin saber cómo empecé a escuchar y a ver, empece a contemplar la belleza de las flores, de las plantas y también la de los pies que además de soportar el peso del cuerpo, nos sirven para transportarnos. Cosas que antes no valoraba porque me pertenecían cobraban valor en la medida que entendí que nada nos pertenece. Aprendí a valorar lo que me queda, y tengo la sensibilidad para llorar por el dolor de personas menos afortunadas que antes no había visto.
Mi cambio fue radical, ahora aprovecho mejor el tiempo y escribo en este blog para rendir homenaje a esos que de alguna manera han hecho parte de mi vida, y mientras escribo le agradezco a Dios y a la vida lo bueno que me han dado, mientras lloro mis penas, porque a esta edad son muchas las heridas que han dejado huellas tan profundas, imposibles de olvidar por un minuto.
Sin importar las huellas y dolores que llevamos en el alma, en la medida que uno cambia, las cosas mejoran, pero hay personas que dicen "yo soy así" y ni siquiera saben explicar cómo son y tampoco se atreven a cambiar.
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