Después de la muerte de mi padre, continuamos la vida normal. Mi madre trabajaba en el negocio que dejó mi padre, pero con la llegada de las grandes cadenas fue imposible competir: las promociones, la publicidad y la comodidad de compra, "todo bajo un mismo techo", fue cautivando la clientela y tuvimos que cerrar el almacén; el dinero comenzó a escasear.
Nos vimos obligados a cambiar de barrio.
Para entonces teníamos 14 años. Las salidas a acampar se acabaron y también las idas a patinar. "Ella", con grandes dádivas e invitaciones trataba de ayudarnos. Las salidas se redujeron a futbol y a cine, que pagaba "Ella".
No estoy seguro si íbamos al cine porque nos gustaba o para sentirnos cerca. A la salida íbamos a tomar un helado, y cogidos de la mano caminando regresábamos.
Después de saludar a su familia y mirar un poco de televisión yo me despedía.
En más de una ocasión encontré a mi mamá sentada en una banca del parque que había frente a nuestro pequeño apartamento. Secándose las lágrimas y con una sonrisa que no lograba ocultar su dolor, me decía "ya sabes que este es mi pasatiempo favorito".
Ella se desahogaba llorando y yo tocando mi guitarra.
No recuerdo bien que decía la canción que le compuse a "Ella" mi novia, pero si el estribillo, que parecía más un lamento que un canto: "te necesito amor, te necesito".
Y así transcurrió mi vida hasta los 17 años, cuando me gradué de bachiller, con el dolor de haber abandonado las clases de guitarra.
La celebración del grado fue en la hacienda del coronel Ramírez, otro militar retirado, padre de Harold, un compañero de estudio.
Comimos, tomamos y en medio de risas y anécdotas llegó la madrugada, y con un abrazo de hermanos nos despedimos de los compañeros de estudio y sin saberlo, también de nuestra vida de adolescentes.
Al salir de la fiesta todo lo bueno, lo inocente y lindo quedó en el pasado, y transportados como por la máquina del tiempo, amanecimos en un mundo lleno de problemas y de llanto.
Para ir al siguiente capítulo haga clic aquí
Nos vimos obligados a cambiar de barrio.
Para entonces teníamos 14 años. Las salidas a acampar se acabaron y también las idas a patinar. "Ella", con grandes dádivas e invitaciones trataba de ayudarnos. Las salidas se redujeron a futbol y a cine, que pagaba "Ella".
No estoy seguro si íbamos al cine porque nos gustaba o para sentirnos cerca. A la salida íbamos a tomar un helado, y cogidos de la mano caminando regresábamos.
Después de saludar a su familia y mirar un poco de televisión yo me despedía.
En más de una ocasión encontré a mi mamá sentada en una banca del parque que había frente a nuestro pequeño apartamento. Secándose las lágrimas y con una sonrisa que no lograba ocultar su dolor, me decía "ya sabes que este es mi pasatiempo favorito".
Ella se desahogaba llorando y yo tocando mi guitarra.
No recuerdo bien que decía la canción que le compuse a "Ella" mi novia, pero si el estribillo, que parecía más un lamento que un canto: "te necesito amor, te necesito".
Y así transcurrió mi vida hasta los 17 años, cuando me gradué de bachiller, con el dolor de haber abandonado las clases de guitarra.
La celebración del grado fue en la hacienda del coronel Ramírez, otro militar retirado, padre de Harold, un compañero de estudio.
Comimos, tomamos y en medio de risas y anécdotas llegó la madrugada, y con un abrazo de hermanos nos despedimos de los compañeros de estudio y sin saberlo, también de nuestra vida de adolescentes.
Al salir de la fiesta todo lo bueno, lo inocente y lindo quedó en el pasado, y transportados como por la máquina del tiempo, amanecimos en un mundo lleno de problemas y de llanto.
Para ir al siguiente capítulo haga clic aquí
No hay comentarios:
Publicar un comentario